martes, 3 de mayo de 2016

‘Colombia Rural: Razones para la Esperanza’ (PNUD, 2011)




El Informe Nacional de Desarrollo Humano gira en torno a la deuda histórica que Colombia tiene con lo rural por haber construido un modelo de desarrollo basado primordialmente en lo urbano. El primer capítulo del Informe define conceptos básicos y caracteriza el modelo de desarrollo imperante en Colombia, mientras que el tercer capítulo ejemplifica muchas problemáticas de ese modelo en la ocupación y el uso del territorio.

Dos conceptos básicos subyacen a todo el Informe: Lo rural es entendido más allá del concepto demográfico de “el resto”, todo lo que no es urbano. La ciudad ya no se concibe como separada ni superior al campo, sino como una continuidad “menos rural” de éste. Lo rural y lo urbano se complementan gracias a que la ciencia y la técnica han irrumpido en el campo (agroindustria) y los miembros de la unidad familiar trabajan tanto en el campo como en la ciudad. El territorio, a su vez, no se define como un mero espacio geográfico sino como una construcción social que surge de relaciones entre actores. El Informe propone una ‘visión de país’ del territorio.

El modelo de desarrollo rural en Colombia es caracterizado como excluyente e insostenible. Hace unos 40 años, la modernización comenzó a penetrar el campo colombiano sin antes resolver fallas de mercado y problemas estructurales del mismo como la concentración de la propiedad rural, la pobreza y la miseria, y un orden social y político injusto y excluyente. Desde la apertura económica en 1990, la economía nacional se dejó a merced de la dinámica del mercado, pero la evidencia muestra que la modernización no ha generado oportunidades para la población rural ni ha mejorado su calidad de vida. El abandono repentino de la política proteccionista en los 90s dejó al sector rural desprotegido y atrasado. El modelo es además insostenible porque amenaza la biodiversidad, el equilibrio biológico y los recursos hídricos, reduciendo los servicios ambientales que éstos prestan. Sumado a esto, dos fenómenos particulares del campo colombiano agravan la situación: narcotráfico y conflicto armado interno. La sociedad rural es despojada del acceso a la tierra y la propiedad es centralizada en las élites y el empresariado rural en detrimento de campesinos, indígenas, afrocolombianos y mujeres. Diversos actores, fundamentalmente inversionistas, terratenientes, narcotraficantes y grupos armados ilegales sabotean mecanismos democráticos para defender los derechos de las minorías, como la consulta previa, y la violencia contra organizaciones sociales las deja sin representación política.

El tercer capítulo muestra cómo la ocupación económica y social del territorio se ha dado de una manera descontrolada y ‘colonizadora’. A pesar de que la agricultura es una actividad más sostenible, productiva y generadora de empleo e ingreso que la ganadería (p.91), a 2009 sólo el 22,7% de la tierra apta era explotada. Mientras tanto, sólo el 53,8% del área usada para ganadería era apta para esa actividad (p.77). Esto se debe, entre otros, a que la tierra es vista como un capital que se valoriza con pastizales. La ganadería extensiva, principalmente bovina, podría liberar cerca de 15 millones de hectáreas para la agricultura y actividades forestales (p.78) y dar paso a otras actividades pecuarias como la avicultura, porcicultura y piscicultura. Para aprovechar el potencial agrícola sin causar daños ambientales y sociales y poner un límite a la colonización indiscriminada, Colombia debe delimitar su frontera agrícola, la cual se ha venido presionando constantemente, sobre todo en la Orinoquía y la Amazonía. Otra actividad subutilizada es la explotación forestal aunque, sin embargo, la tala de bosques se ha hecho indiscriminadamente sin incentivos fuertes a la reforestación comercial. El Estado no ha podido defender las zonas de reserva forestal y ha errado en su política de incentivos. Una alternativa que ha venido tomando fuerza son los cultivos para biocombustibles: la caña de azúcar y la palma de aceite. Sin embargo, sobre todo en el caso de la última, hay muchas opiniones en contra porque, dicen, amenaza la seguridad alimentaria, la diversidad agrícola, la estabilidad social, entre otros. El Informe no lo considera un cultivo peligroso en sí mismo, siempre y cuando haya regulación (p.91). La minería, uno de los sectores más dinámicos, también necesita de mayor regulación institucional para frenar la excesiva expedición de licencias y títulos mineros, los daños medioambientales y las prácticas ilegales.


El mensaje principal del Informe es que, pese a las dificultades, hay lugar para la esperanza. Su propuesta principal es: ‘más Estado en el mercado y menos mercado en el Estado’. “El Informe propone una reforma rural transformadora, acompañada de una red social y académica de reflexión, conocimiento y acción sobre desarrollo rural, en el que el ordenamiento territorial es un instrumento de la transformación buscada” (p.18). El Informe propone también una ‘Gestión prospectiva del riesgo’ (p.105) para hacer frente a los efectos del cambio climático: pérdida de cultivos, desempleo, enfermedades, etc. A través de este tipo de estrategias, el Estado satisface su papel como garante del interés general.

No hay comentarios:

Publicar un comentario