En el presente texto, mi propósito es
discutir y problematizar ciertos aspectos fundamentales de la tesis propuesta
por Liah Greenfeld en su conferencia titulada Nationalism and the Mind. Para esta autora, como veremos mejor
luego, el nacionalismo en el que vivimos es la causa de una situación
psicológica de desorientación y anomia (ausencia de ley y orden). Sin embargo,
lo que mi texto pretende mostrar es que quizás sea correcto derivar la anomia
de ciertos principios fundacionales del nacionalismo, pero lo incorrecto es
creer que en la vida real existe el nacionalismo tal y como lo describe la
autora. Para cumplir mi objetivo, debo reconstruir primero la posición que
sostiene Greenfeld. Posteriormente, voy a mostrar que la realidad de las
sociedades de hoy no se corresponde con las características que definen ese tipo
de nacionalismo, de lo cual se deriva que el discurso liberal del igualitarismo
es esencialmente ideológico. La idea de que vivimos en sociedades igualitarias,
móviles y democráticas se ve cuestionada al mirar de cerca la vida concreta. Al
final, apoyándome en Bordieu, mostraré que en efecto, el análisis de la
hegemonía en las sociedades actuales contradice la tesis de la anomia que
Greenfeld deriva de supuestos falsos, es decir, de la supuesta existencia del
nacionalismo.
Según esta autora, el nacionalismo
está en el corazón de nuestra cultura moderna. En efecto, es un hecho que éste
determina una gran cantidad de procesos sociales y formas de vida. Para
caracterizar el nacionalismo, la autora le atribuye tres rasgos esenciales. En
primer lugar, no sería posible pensar el nacionalismo sin entender el proceso
de secularización que no sólo acabó
con la idea de que existe un orden social estable e inmutable establecido por
Dios; sino que también impuso la idea de que ahora los individuos gozan de libertad
y posibilidades reales de cambiar la realidad. El segundo pilar del
nacionalismo es la soberanía popular
de los ciudadanos, quienes gozan de la posibilidad de ejercer el poder y tomar
decisiones. Esta nueva perspectiva abandona la visión personificada del poder monárquico
y lo convierte en un resultado de la “voluntad popular”. Y en tercer lugar, el principio
del igualitarismo, según el cual todos
los miembros de la nación son en principio iguales ante el derecho.
El hecho de que el nacionalismo se fundamente
sobre estos tres principios se puede entender mejor en el contexto histórico de
la revolución burguesa en que surgió. Mediante la acumulación de capital, la
clase de comerciantes logró convertirse en una clase ascendente y transformar
los modos de producción de su época. Ellos mismos experimentaron lo que era
tener en sus manos la posibilidad de cambiar el orden social existente y
crearon y legitimaron un discurso basado en su propia experiencia: el discurso
nacionalista. Es por eso que la idea de la movilidad social y la
autodeterminación se puede encontrar subyaciendo bajo los ideales liberales que
fundaron las sociedades nacionalistas, definidas como secularizadas,
democráticas, libres e igualitarias.
Sin
embargo, el hecho de que una nación se defina de esta forma, no garantiza que
lo sea. Los tiempos han cambiado y lo que se puede observar en las sociedades
contemporáneas es que en realidad la época de las grandes revoluciones sociales
ha quedado atrás. Si todos fuésemos igual de libres, todos podríamos determinar
bajo qué condiciones vivir nuestras vidas. Pero lo cierto es que hay una gran cantidad
de individuos para quienes aún la satisfacción de las necesidades más básicas
resulta inalcanzable. Y ese sólo es el caso extremo. “La enseñanza por ejemplo
es libre en el sentido de que la ley no le impide a nadie el ingreso en una
rama cualquiera de la educación, pero se lo prohíben otras cosas: las
condiciones económicas, las circunstancias de su vida, etc.” (Zuleta, 2005, págs. 72-73) . En efecto, todos
somos iguales ante la ley, pero la vida real actual extiende sus prohibiciones mucho más allá de las permisiones abstractas de la ley. El
sistema capitalista funciona, aunque no lo exprese en su discurso, gracias a la
desigualdad y a la dominación de una clase sobre la otra. Esto implica que
entre más fuerte sea el sistema, menos posibilidades tendrá la clase dominada
de transformar sus condiciones de existencia, y además falsea la idea de que existe
en las sociedades nacionalistas una intensa movilidad social. Por un lado se
encuentra el discurso, según el cual todos somos iguales y gozamos de agencia
sobre la vida pública y privada, por el otro la realidad.
Por
lo tanto, creo que es imposible no aceptar que el discurso de la soberanía
popular y la igualdad de condiciones es un mito que aun no se corresponde del
todo con la realidad existente. De esta no correspondencia, podemos concluir
que el discurso nacionalista es profundamente ideológico en el sentido de
“ideología” que propone Althusser: “Toda ideología, en su formación
necesariamente imaginaria no representa las relaciones de producción existentes
sino ante todo la relación (imaginaria) de los individuos con las relaciones de
producción y las relaciones que de ella resultan” (Althusser, 2003, págs. 140-141) . Cuando digo que el nacionalismo es
una ideología no pretendo afirmar que no existe hoy ningún tipo de nacionalismo, sino que el nacionalismo en el que
vivimos no es como lo caracterizaba Greenfeld. Desde sus comienzos, el capitalismo
se hermanó con el nacionalismo y para funcionar, tuvo que producir y conservar
condiciones de producción a las que les es inherente la desigualdad. La
dominación del capitalismo necesita que nos creamos libres e iguales así no lo
seamos. Esta idea ya nos la recordaba
Estanislao Zuleta cuando afirmaba que la idea del libre albedrío “es esencial
para el funcionamiento objetivo del mundo capitalista, basado en una economía
del cambio y en el desarrollo de formas contractuales [entre dos partes libres
e iguales]” (Zuleta, 2005, pág. 71) .
El argumento de Greenfeld se puede
dividir en dos premisas, a saber: (1) Si los tres rasgos del nacionalismo se
dan en la realidad, se produciría la condición de anomia entre los sujetos; y
(2) los rasgos del nacionalismo se dan en la realidad. De estas dos, no
aceptamos la segunda porque, como hemos visto, la realidad no se corresponde
con los ideales del nacionalismo. En mi opinión, la tesis que propone Greenfeld
se ve atravesada por ese lenguaje ideológico. Esto se evidencia cuando afirma cosas
como “in modern societies, the individual is
expected to be the maker of one’s own destiny” (Greenfeld, 2006, pág. 220) . La autora
acepta ingenuamente la segunda premisa porque la necesita para concluir que el
sujeto moderno es anómico. En síntesis, la idea de una sociedad libre, igualitaria
y móvil, ha sido quizá una consecuencia teórica del nacionalismo de la
modernidad, pero no una consecuencia efectiva visible en las sociedades
contemporáneas.
En la segunda parte del argumento,
Greenfeld afirma que vivir en una sociedad en la que los individuos son libres
de determinarse a sí mismos y a su entorno hace que el mapa social se modifique
constantemente por la acción de los agentes. Esto es lo que causa una sensación
de inestabilidad y desorientación del individuo situado dentro de ese mundo en
constante devenir.
The modern culture at the core of which
lies the vision of nationalism […] cannot provide one with a clear social map
and a sense of a defined, stable, position on it. The picture one receives
changes from moment to moment, constantly reorienting and confusing one. (Greenfeld,
2006, pág. 220) .
Esta falta de orden y estabilidad produce
la atrofia de los procesos simbólicos naturales mediante los cuales nos
representamos el mundo y nos situamos en él. “On the psychological level anomie produces a sense of disorientation, of
uncertainty as to one’s place in society, and therefore as to one’s identity” (Greenfeld, 2006, pág. 212). Cuando
el individuo se da cuenta de que está entre iguales, como supuestamente sucede
en el nacionalismo, no puede distinguirse de los otros, por lo cual su propia
identidad queda en cuestionamiento.
Pero ahora bien, si no es cierto que
los tres principios nacionalistas se den en la realidad social, la consecuencia
que Greenfeld deriva de ellos –la anomia- tampoco debería darse. Si, como se
vio anteriormente, las sociedades modernas tienden más bien a resistirse a la
movilidad social, no es cierto que las posiciones relativas de los sujetos y
los grupos sociales en el espacio social cambien tan rápidamente como para que
el individuo no pueda de alguna manera representarse dentro de ese espacio.
Aquí es posible recurrir a una noción como la de “habitus” que propone Bordieu.
Según este autor, existen representaciones del espacio social que terminan
imponiéndose para todos los sujetos gracias a su victoria en la lucha simbólica
por la construcción del mundo. “Las clasificaciones sociales (…) organizan la
percepción del mundo social y, en ciertas ocasiones, pueden organizar realmente
el mundo mismo” (Bordieu, 2000, pág. 140) . La tendencia a
crear y reforzar las identidades de los sujetos mediante interpelaciones como “ustedes serán la futura élite del país”, “ni
sueñes con ir a la universidad”, “usted es una señorita de bien, ¡compórtese!”,
etc. Sin duda, existen excepciones y se han visto casos especiales en los que
alguien logra romper con sus determinaciones y realmente cambiar su realidad.
Pero este tipo de casos no son la norma en las sociedades nacionalistas reales,
como argumentaba Greenfeld. Además, si alguien, por ejemplo, sube de estrato
socioeconómico, no va a experimentar esa desorientación en cuanto a su
identidad, sino que va a adaptarse a nuevas prácticas y modos de vida que
identifican al sujeto de la clase alta.
Los dos
conceptos de la tesis de Greenfeld que he intentado discutir en este ensayo
fueron el de la existencia de sociedades libres y móviles, y el de los sujetos
anómicos, que se deriva del primero. Para ello, mostré, en primer lugar, que
los efectos reales que ha tenido la cultura nacionalista y capitalista en
nuestras sociedades no solo no corresponden con los mismos principios fundacionales
del nacionalismo -secularización, soberanía popular e igualitarismo-, sino que
además los contradicen, pues vemos que hay desigualdad: las posibilidades
reales de que cualquier individuo pueda cambiar sus condiciones de existencia
no son las mismas para todos. En segundo lugar, mostré que la anomia que
Greenfeld extrae como consecuencia de esos tres pilares ideales del
nacionalismo, también es una consecuencia irreal y se enfrenta a la evidente
existencia de procesos de producción de tipos determinados de sujetos con
identidades arraigadas que son incorporados a un orden social específico. En
síntesis, creo que la mayor falla de Greenfeld fue haber aceptado el discurso
nacionalista sin preguntarse si en la realidad, el nacionalismo es como dice
ser.
Trabajos citados
Althusser, L. (2003). Ideología y Aparatos
Ideológicos de Estado. En S. (. Zizek, Ideología : un mapa de la cuestión
(págs. pp. 115 - 155). Buenos Aires ; Bogotá: Fondo de Cultura Económica de
Argentina.
Bordieu, P. (2000).
Espacio social y poder simbólico. En P. Bordieu, Cosas dichas (págs. 127-142).
Barcelona: Gedisa.
Greenfeld, L. (2006). Nationalism and the mind. En L.
Greenfeld, Nationalism and the mind : essays on modern culture (págs. 203-223). Oxford, England: Oneworld.
Zuleta, E. (2005).
Acerca de la ideología. En E. Zuleta, Elogio de la dificultad y otros
ensayos (págs. 61-77). Medellín: Hombre Nuevo.