domingo, 29 de mayo de 2016

Sobre "El Fin de la Pobreza" de Jeffrey Sachs


En 2005, el economista norteamericano Jeffrey Sachs publica The End of Poverty, una obra en la que argumenta por qué y cómo es posible erradicar totalmente la pobreza extrema del mundo para el año 2025. Los primeros capítulos son una especie de diagnóstico general de cómo el crecimiento económico se originó en Gran Bretaña y se expandió por el resto del mundo (cap. 2) y de las diversas circunstancias que llevaron a que no funcionara en algunos países (cap. 3). Este texto pretende ser un análisis crítico de esta primera parte del libro. Se argumenta que Sachs exhibe una visión del desarrollo de un corte ortodoxo y conservador, hasta cierto punto dogmático, que le acarrea ciertas limitaciones a su noble propuesta. Su discurso evidencia una fuerte convicción en que el crecimiento económico es todo lo que se necesita para lograr la meta de cero pobreza extrema para 2025. Gracias a ello, el autor deja de incorporar algunas discusiones actuales y pasa por alto muchos problemas y retos que se le han atribuido al discurso imperante del desarrollo y han complejizado su concepción, lo cual evidencia una postura desactualizada y hasta cierto punto acrítica por parte de Sachs.

Esta convicción está reforzada por la metáfora del desarrollo como una escalera: “cuando los países ponen un pie en la escalera del desarrollo, generalmente son capaces de seguir ascendiendo por ella” (Sachs, 2006, pág. 120). Sachs cree fielmente en la tesis que otros llaman la ‘tesis de la convergencia’ y usa su metáfora constantemente para decir que es absolutamente posible que, con una “modesta” ayuda internacional, los países pobres comiencen el ascenso por la escalera y que en 2025 alcancen a los países ricos varios peldaños más arriba. El ideal es, pues, llegar a donde están ellos, ser como ellos. Esto significa para Sachs, entre otros, tener bajos índices de población rural. La escalera del desarrollo tiene tres etapas en las que lo urbano y lo tecnológico aparecen en la cima: “Detectamos una progresión del desarrollo que pasa de la agricultura de subsistencia a la industria ligera y la urbanización, y luego a los servicios de alta tecnología” (Sachs, 2006, pág. 48). Se trata, por lo tanto, de una apuesta por un cambio estructural hacia lo urbano típica de la modernidad, descuidando lo rural.

Seguramente Sachs desconocía el gran potencial que tiene la agricultura para generar desarrollo y calidad de vida, un potencial que en general ha sido subutilizado en el desarrollo según el Banco Mundial (World Bank, 2008, pág. 7). O quizás sí lo intuía, pero lo despreciaba por no representar un gran aporte al PIB. Sin embargo, desarrollos recientes muestran que el único camino para aumentar los ingresos de la población pobre rural no es sacarlos del campo y llevarlos a ciudades integradas con el mercado global (como ejemplifica Sachs con las trabajadoras del sector de servicios en Chennai, India), sino también invertir en infraestructura en el campo para que la población rural pueda vivir dignamente de la agricultura. Ciertos sectores agrícolas como la horticultura se han mostrado particularmente eficientes en la generación de empleo (World Bank, 2008, pág. 208) y además “agricultural growth has special powers in reducing poverty across all country types [pero especialmente en países basados en la actividad agrícola, los ‘pobres extremos’]. Cross-country estimates show that GDP growth originating in agriculture is at least twice as effective in reducing poverty as GDP growth originating outside agriculture” (World Bank, 2008, pág. 6). Por lo tanto, sí es posible generar un buen vivir sin necesidad de pavimentar el campo ni sobrepoblar las ciudades. Parece que para Sachs la pobreza generalizada en las regiones rurales del mundo no es producto del olvido histórico del campo por parte del discurso del desarrollo, sino una condición inherente al mismo. Para él, el campo no está empobrecido, sino que es pobreza.

Sachs también evidencia una interpretación de la historia que resulta discutible, si no sesgada. La narración de Sachs afirma explícitamente que la pobreza había sido siempre una condición dada de la que los países ricos han salido y en la que los pobres aún se mantienen (Sachs, 2006, pág. 64). Pero ¿es realmente cierto que los países pobres siempre han estado ahí?, ¿no es posible que hayan estado mejor? Todo depende de cómo se interprete la noción de ‘mejor’. Si se piensa ‘mejor’ de una manera holística, es posible que las personas se sintieran bastante más plenas en medio de una naturaleza abundante que en el mundo que les dejó la era del “crecimiento económico moderno”. De hecho ¿sería plausible una narrativa histórica que postule que la situación del hoy llamado ‘tercer mundo’ ha empeorado por causa de la explotación provocada por la idea del progreso? Más adelante mostraremos más pistas que soportan esta versión, pero si ésta es correcta, muchos países habrían en realidad bajado unos cuantos peldaños y posiblemente gracias a la imposición del desarrollo. Sachs sí dice que el desarrollo “no ha funcionado” en algunos países, sin embargo, con esto claramente no se refiere a que los haya empeorado, sino que por diversos factores no los ha podido hacer despegar tan rápido como a los países de rentas altas. En ese sentido, el desarrollo ha funcionado en más de la mitad de los países y aquellos en los que no, son tan sólo una “excepción”, de las cuales África subsahariana es la principal (Sachs, 2006, pág. 89). Si eso es así, Gran Bretaña algún día tuvo que haber estado tan mal como está hoy África, o incluso peor, porque África ha mejorado un poco. En suma, Sachs asume que el crecimiento es algo que siempre es bueno, en algunos países lo ha sido más que en otros, pero nunca algo malo. Para Sachs, todos los países han mejorado porque todos han ‘crecido’, solo que a diferentes velocidades.

De modo similar, Sachs presenta una versión de la historia según la cual “la temprana industrialización de Europa en el siglo XIX acabó dando lugar a un vasto imperio europeo que se extendió por Asia, África y América” (Sachs, 2006, pág. 75). Aquí la industria se presenta como la causa del crecimiento y de la expansión. Esta idea romántica lleva a la ilusión de que, así como Gran Bretaña se industrializó por su propia cuenta, cualquier país que sepa emular condiciones similares a las que había en ese momento, puede recorrer el mismo camino. Sin embargo, Sachs olvida que ese “vasto imperio” existía ya desde por lo menos el siglo XV, cuando inicia la era colonial con la llegada de europeos a América. Entonces la sucesión de hechos se invierte y es el poder político y militar el que posibilita la revolución industrial. ¿Hubiera sido posible la revolución industrial sin las colonias europeas? Ergo reproducir el camino de Europa hacia el crecimiento no es tan sencillo.

La postura de Sachs evidencia también cierto grado de consecuencialismo al insinuar que, durante la posguerra, el Tercer Mundo fracasó económicamente por su propia decisión de desconfiar del modelo económico del Primer Mundo y cerrarse al comercio global (Sachs, 2006, pág. 90). Pero otras versiones nos cuentan una historia un poco más compleja: una de las razones que llevó a la crisis de la deuda en los 80s fue un factor externo e independiente de los países latinoamericanos: un exagerado aumento de las tasas de interés real en EEUU entre 1979 y 1984, lo cual incrementó el monto de la deuda. A esto se sumó la caída del precio de los bienes no petroleros, de los que la mayoría de estos países dependían (Ocampo & Vos, 2008, págs. 11-13). Ambos fueron “choques exógenos” que demuestran que la falta de crecimiento de los países en desarrollo no se puede achacar sólo a sus decisiones político-económicas internas, sino que también está sujeta a las decisiones de otras economías más poderosas y a la volatilidad del mercado mundial.

Otra razón para explicar la confianza de Sachs en las promesas del crecimiento económico es su creencia en la posibilidad del mundo como un juego de suma positiva. Para Sachs, el Primer Mundo no debería ver el crecimiento de las economías emergentes como una amenaza (Sachs, 2006, pág. 46) porque el crecimiento es posible para todos. Este supuesto no es universalmente compartido. Críticos de esta visión optimista y teóricos como Immanuel Wallerstein creen que no todos pueden ganar a la vez, pues la inequidad es inherente a un sistema en el que necesariamente unos crecen y otros decrecen, unos ganan precisamente porque otros pierden. ¿Es Sachs un optimista ingenuo? Según la tesis de la suma cero, opuesta a la de la suma positiva, el enriquecimiento de Europa se dio paralelamente a un empobrecimiento del mundo explotado precisamente gracias a la extracción de riqueza del mismo. Sachs no niega esta explotación, pero afirma que esa no es la causa del crecimiento de los países ricos. “La tecnología, y no la explotación de los pobres, ha sido la fuerza motriz que ha impulsado los prolongados crecimientos de rentas del mundo rico” (Sachs, 2006, pág. 65). No obstante, es innegable que el Primer Mundo no sería nada sin los recursos que extrajo y sigue extrayendo del mundo descolonizado, a pesar de que la explotación por sí sola no genera riqueza. Se necesita la tecnología para procesar la materia prima tanto como la materia prima misma. La extracción de recursos, por ende, no solo ha generado riqueza para los ricos sino también pobreza para las regiones explotadas al agotar los recursos naturales disponibles y reducir el acceso a la tierra de poblaciones nativas (sin mencionar los efectos psicosociales de una dominación cultural que crea una mentalidad de subordinación y pobreza mental en las colonias). Sachs responde a esta postura que
esa interpretación de los hechos sería verosímil si el producto mundial bruto hubiera permanecido más o menos constante y una parte creciente del mismo hubiera ido a parar a las regiones poderosas y otra parte menguante a las más pobres. Sin embargo, eso no es en modo alguno lo que ha sucedido. El producto mundial bruto se ha multiplicado casi por cincuenta. Todas las regiones del mundo han experimentado algún crecimiento económico (Sachs, 2006, pág. 65).
Esta respuesta devela otro de los sesgos ideológicos de Sachs. Obviamente el producto neto aumenta, pero lo que no aumenta son los recursos naturales empleados en su producción. Se trata de recursos finitos o de muy lenta auto-renovación. Sachs, por el contrario, parece creer implícitamente que los recursos naturales que alimentan el crecimiento son infinitamente disponibles, pero además que son independientes de la actividad industrial humana. En efecto, no habla del impacto de la modernización en el medio ambiente que es, entre otros, la causa de muchas hambrunas hoy en día en el mundo subdesarrollado, pues las sequías que disminuyen la capacidad de producción agrícola pueden también ser causadas por actividades humanas como la deforestación.
Under present productivity trends, and given projected population increases, (…) [w]orld output by 2030 would be 3.5 times what it is today, or roughly $69 trillion (in 1990 prices). If environmental pollution and degradation were to rise in step with such a rise in output, the result would be appalling environmental pollution and damage. Tens of millions more people would become sick or die each year from environmental causes. Water shortages would be intolerable, and tropical forests and other natural habitats would decline to a fraction of their current size (World Bank, 1992, pág. 9).
Es evidente que el crecimiento económico ha sido posible a expensas del medio ambiente, pero apenas hacia los años 70s-80s es cuando se empieza a pensar en los problemas ambientales del desarrollo. La propuesta de Sachs, sin embargo, es seguirle apostando a ese modelo de crecimiento como si ignorara esas preocupaciones.

La apuesta de Sachs, además de la industrialización-urbanización y de la tecnología, es por el mercado: “cuando se dan las condiciones previas de infraestructuras básicas (carreteras, energía, puertos) y capital humano (sanidad y educación), los mercados son poderosos motores de desarrollo” (Sachs, 2006, pág. 27). Sin embargo, Ocampo y Vos muestran en Uneven Economic Development, entre otros, que los mercados globales son inequitativos en sí mismos y tienden hacia la divergencia.
During the 1980s and 1990s there had developed the promise that giving more space to the global market would lead to a closing of the income gap between the poor and the rich. In reality, income convergence took place only for a small number of countries; it did not occur in the case of many others, despite the fact that countries across the globe had opened up their trade and financial systems to the global market (Ocampo & Vos, 2008, pág. 1).
La inequidad económica mundial, que Sachs inevitablemente reconoce, se explica por imperfecciones de mercado como el hecho de que el capital suele fluir hacia países que ya tienen buen nivel de ingreso y de crecimiento, no a los que más lo necesitan para despegar. Como lo señala Peter Dicken, el 75% del comercio internacional, los flujos financieros y la Inversión Extranjera Directa (IED) se da entre los 10-15 países más desarrollados del mundo (Dicken, 2011, pág. 25). La teoría económica tradicional recomienda tanto la IED como la importación de tecnología a través del comercio a los países que quieren desarrollarse a través de la industrialización, pues se supone que constituyen la dupla que lleva a la convergencia en capital humano y desarrollo tecnológico. A pesar de ello, la fórmula en realidad no se aplica a los países pobres. Este hecho lleva a pensar que quizás el ideal de Sachs esté más lejos de lo que él quisiera. Adicional a eso, la Ayuda Oficial al Desarrollo no solo no se destina a los países más pobres, sino que tampoco a prioridades del desarrollo humano (Haq, 2005). Otras fallas de mercado señaladas consisten en que hay muchos obstáculos para la movilidad laboral (migración) de trabajadores a países con mejores salarios y que hay muchos problemas de representación de países en desarrollo en organismos que deciden las reglas del mercado mundial y en las instituciones financieras internacionales.

Finalmente es necesario resaltar que, probablemente por su formación económica en EEUU, el indicador que Sachs utiliza constantemente para calificar el nivel de vida de un país es el PIB per cápita. En la página 79, Sachs afirma que “el nivel de vida empezó a aumentar en muchas zonas del planeta, a pesar de toda la brutalidad y el sufrimiento que se dieron en algunos lugares que habían sucumbido al dominio colonial”. ¿Cómo puede haber mejor nivel de vida con mayor “brutalidad y sufrimiento”? Sachs cae en el peligro de un dogma que no le deja ver los costos sociales del crecimiento económico, como si haber traído la industria justificara la brutal invasión colonial. Como lo señala Mahbub Ul Haq, el crecimiento económico no se estaba traduciendo automáticamente en mejores vidas para la población, porque generar un aumento en el ingreso per cápita no es el único determinante de la calidad de vida (Haq, 2005). Incluso algunas experiencias han mostrado que puede haber crecimiento sin siquiera generación de empleo. Con todo, en los ejemplos de Sachs, menciona a Pekín como una ciudad que, a pesar de estar altamente contaminada, se ubica en el extremo superior de la escalera del desarrollo. Todo esto evidencia que la visión del desarrollo de Sachs no se complejiza hasta el punto de incorporar desarrollos conceptuales recientes (pero no posteriores a él) como el Paradigma de Desarrollo Humano o las varias dimensiones que tiene la pobreza, más allá de la económica. Adicionalmente, su propuesta de una economía clínica, si bien reconoce que no hay recetas universales y que el diagnóstico de la pobreza debe ser diferenciado según condiciones locales, no rebate la idea anticuada de que los países pobres no saben cómo generar calidad de vida para sus habitantes, por lo cual la ayuda tiene que venir desde afuera a través de “especialistas del desarrollo”.

Según cifras oficiales, la primera meta de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de reducir a la mitad la pobreza extrema en el mundo ya se había cumplido hacia el 2010. Se estima que para 2015 la cifra de pobreza extrema descendió a 836 millones de seres humanos, a diferencia de los 1900 millones que había en 1990 (Naciones Unidas, 2015, pág. 15). Teniendo eso en cuenta, es posible que para 2030 también se logre terminar finalmente con la pobreza extrema en el mundo. En efecto, cuando Sachs publicó su libro sabía que la reducción de la pobreza extrema iba por buen camino. Sin embargo, ¿qué implicaciones tienen todos los elementos discutidos en este ensayo para la propuesta de Sachs? Como se evidenció, el crecimiento económico global puede avanzar, pero seguramente a unos costos ambientales muy altos. Desconocer el impacto negativo del crecimiento en la naturaleza con seguridad no impida acabar con la pobreza extrema, pero lograrlo no necesariamente garantizará el goce de una vida buena para todos los seres humanos. Muy probablemente será un nivel de desarrollo insostenible porque habrá terminado de destruir los ecosistemas naturales del planeta. El crecimiento llegará a su límite. Adicionalmente, problemas como los señalados por Ocampo y Vos pueden complejizar la efectiva superación de la brecha económica entre los ricos y los pobres, pues la inequidad va en aumento y los países ricos siguen subiendo peldaños mucho más rápido que los pobres, muchas veces, a costa de ellos. Por otro lado, desconocer las posibilidades del desarrollo rural y agrícola en la reducción de la pobreza sí puede comprometer seriamente la meta de erradicar la pobreza extrema, teniendo en cuenta que una gran parte de los pobres viven en el campo. No se trata de desprestigiar la importancia del crecimiento económico, sino de acabar con el dogma de que esa es la única prioridad. Ese dogma parece sesgar la interpretación que Sachs hace de ciertas etapas de la historia económica y llevarlo a omitir consideraciones recientes que problematizan los alcances de la teoría tradicional del desarrollo como modernización y crecimiento económico. Para realmente acabar con la pobreza en todas sus formas, hay que propender por una visión del desarrollo más compleja que la que tiene un economista como Sachs.

Trabajos Citados:

Dicken, P. (2011). Global shift: mapping the changing contours of the world economy. New York: The Guilford Press.
Haq, M. U. (2005). The Human Development Paradigm. In S. Fukuda-Parr, & A. Shiva Kumar (Eds.), Readings in Human Development: concepts, measures and policies for a development paradigm. Oxford University Press.
Naciones Unidas. (2015). Objetivos de Desarrollo del Milenio: Informe 2015. (C. Way, Ed.) Retrieved Mayo 17, 2016, from http://www.un.org/es/millenniumgoals/pdf/2015/mdg-report-2015_spanish.pdf
Ocampo, J. A., & Vos, R. (Eds.). (2008). Uneven Economic Development. New York: United Nations Publications.
Sachs, J. (2006). El fin de la pobreza: cómo conseguirlo en nuestro tiempo. Bogotá: Debate.
World Bank. (1992). Desarrollo y Medio Ambiente: Informe sobre el desarrollo mundial de 1992. New York: Oxford University Press.

World Bank. (2008). Agriculture for Development: World development report 2008. Washington: Quebecor World.

martes, 3 de mayo de 2016

‘Colombia Rural: Razones para la Esperanza’ (PNUD, 2011)




El Informe Nacional de Desarrollo Humano gira en torno a la deuda histórica que Colombia tiene con lo rural por haber construido un modelo de desarrollo basado primordialmente en lo urbano. El primer capítulo del Informe define conceptos básicos y caracteriza el modelo de desarrollo imperante en Colombia, mientras que el tercer capítulo ejemplifica muchas problemáticas de ese modelo en la ocupación y el uso del territorio.

Dos conceptos básicos subyacen a todo el Informe: Lo rural es entendido más allá del concepto demográfico de “el resto”, todo lo que no es urbano. La ciudad ya no se concibe como separada ni superior al campo, sino como una continuidad “menos rural” de éste. Lo rural y lo urbano se complementan gracias a que la ciencia y la técnica han irrumpido en el campo (agroindustria) y los miembros de la unidad familiar trabajan tanto en el campo como en la ciudad. El territorio, a su vez, no se define como un mero espacio geográfico sino como una construcción social que surge de relaciones entre actores. El Informe propone una ‘visión de país’ del territorio.

El modelo de desarrollo rural en Colombia es caracterizado como excluyente e insostenible. Hace unos 40 años, la modernización comenzó a penetrar el campo colombiano sin antes resolver fallas de mercado y problemas estructurales del mismo como la concentración de la propiedad rural, la pobreza y la miseria, y un orden social y político injusto y excluyente. Desde la apertura económica en 1990, la economía nacional se dejó a merced de la dinámica del mercado, pero la evidencia muestra que la modernización no ha generado oportunidades para la población rural ni ha mejorado su calidad de vida. El abandono repentino de la política proteccionista en los 90s dejó al sector rural desprotegido y atrasado. El modelo es además insostenible porque amenaza la biodiversidad, el equilibrio biológico y los recursos hídricos, reduciendo los servicios ambientales que éstos prestan. Sumado a esto, dos fenómenos particulares del campo colombiano agravan la situación: narcotráfico y conflicto armado interno. La sociedad rural es despojada del acceso a la tierra y la propiedad es centralizada en las élites y el empresariado rural en detrimento de campesinos, indígenas, afrocolombianos y mujeres. Diversos actores, fundamentalmente inversionistas, terratenientes, narcotraficantes y grupos armados ilegales sabotean mecanismos democráticos para defender los derechos de las minorías, como la consulta previa, y la violencia contra organizaciones sociales las deja sin representación política.

El tercer capítulo muestra cómo la ocupación económica y social del territorio se ha dado de una manera descontrolada y ‘colonizadora’. A pesar de que la agricultura es una actividad más sostenible, productiva y generadora de empleo e ingreso que la ganadería (p.91), a 2009 sólo el 22,7% de la tierra apta era explotada. Mientras tanto, sólo el 53,8% del área usada para ganadería era apta para esa actividad (p.77). Esto se debe, entre otros, a que la tierra es vista como un capital que se valoriza con pastizales. La ganadería extensiva, principalmente bovina, podría liberar cerca de 15 millones de hectáreas para la agricultura y actividades forestales (p.78) y dar paso a otras actividades pecuarias como la avicultura, porcicultura y piscicultura. Para aprovechar el potencial agrícola sin causar daños ambientales y sociales y poner un límite a la colonización indiscriminada, Colombia debe delimitar su frontera agrícola, la cual se ha venido presionando constantemente, sobre todo en la Orinoquía y la Amazonía. Otra actividad subutilizada es la explotación forestal aunque, sin embargo, la tala de bosques se ha hecho indiscriminadamente sin incentivos fuertes a la reforestación comercial. El Estado no ha podido defender las zonas de reserva forestal y ha errado en su política de incentivos. Una alternativa que ha venido tomando fuerza son los cultivos para biocombustibles: la caña de azúcar y la palma de aceite. Sin embargo, sobre todo en el caso de la última, hay muchas opiniones en contra porque, dicen, amenaza la seguridad alimentaria, la diversidad agrícola, la estabilidad social, entre otros. El Informe no lo considera un cultivo peligroso en sí mismo, siempre y cuando haya regulación (p.91). La minería, uno de los sectores más dinámicos, también necesita de mayor regulación institucional para frenar la excesiva expedición de licencias y títulos mineros, los daños medioambientales y las prácticas ilegales.


El mensaje principal del Informe es que, pese a las dificultades, hay lugar para la esperanza. Su propuesta principal es: ‘más Estado en el mercado y menos mercado en el Estado’. “El Informe propone una reforma rural transformadora, acompañada de una red social y académica de reflexión, conocimiento y acción sobre desarrollo rural, en el que el ordenamiento territorial es un instrumento de la transformación buscada” (p.18). El Informe propone también una ‘Gestión prospectiva del riesgo’ (p.105) para hacer frente a los efectos del cambio climático: pérdida de cultivos, desempleo, enfermedades, etc. A través de este tipo de estrategias, el Estado satisface su papel como garante del interés general.